martes, 31 de octubre de 2017

Rituales. Por Vanina Montes

En mi bolso tengo todo lo necesario para una tarde magnífica, por eso pesa mucho. Freno la caminata para apreciar la laguna con patos en medio de la ciudad. Los patos son de una belleza indiscutible, pienso, son muy lindos, los patos son increíbles. Más allá de la rareza de verlos pasear por el agua siendo bellos en medio de una ciudad tan estropeada como esta, de verdad, repito y afirmo, qué hermoso animal. Por qué este tipo de apreciaciones no se me da más seguido? Qué me pasa?  Me sorprende uno que de repente sale volando a toda velocidad, sabía que volaban pero no sé si había visto alguno haciéndolo antes. Desaparece entre unas plantas, se escabulle de las miradas de los amigos del parque. Amigos porque andan en grupos. No porque sean amigos míos. También hay solitarios, lectores, tomadores de sol en los bancos sin pudor a sentirse como en una playa. Yo podría ser una de ellos pero no lo soy porque espero a Aldo. El nombre me debería advertir algo, Aldo. No sé qué podría advertirme pero siento que tendría que ser más consciente de cómo se llama este desconocido probable futuro amigo, qué digo amigo, esposo.  
Llegó entre medio de la multitud del parque de la laguna con patos, yo estaba apoyando un brazo sobre un tacho de basura y con el otro haciendo de cuenta que apagaba el celular. Siempre que alguien me intercepta apago mi teléfono ficticiamente para prestarle toda mi atención. Me parece una bienvenida amable, calurosa y amorosa de estos tiempos. No sabía quien era salvo por lo que me había contado Gerardo, mi compañero de coro, flamante amigo y consejero sentimental. Gerardo no puede concebir la idea de que alguien no tenga un amor. Me habla raro desde que sabe que estoy sola, en realidad me escucha raro. Yo le digo que hice esto o lo otro el fin de semana y me escucha pero como preocupado. 
Qué sola está. 
Fue hasta ahí sola y volvió sola. 
Se divirtió sola. 
Y demás imágenes que lo deben acechar al verme llegar y sentarme al lado suyo. Una vez mientras le contaba de mis vacaciones en Claromecó con una amiga y su tío llegué a un límite de tolerancia ante su escucha disociada, sentí que estaba por descompensarse o que yo me iba a descompensar si continuaba intentando darle golpes de gracia y sosiego a mi relato. Estaba exhausta, no encontraba manera de volver unas vacaciones tradicionales pero sin novio en algo posible, alegre, estimulante. 
El tío de mi amiga es dueño de un balneario, 
dormimos ahí, 
prácticamente en la playa. 
Teníamos una carpa a nuestra disposición y a la noche había fiestas divertidas. 
El mar es el mejor compañero de viaje. 
Podría haber ido sola también, 
pero bueno mi amiga quería que vayamos a lo del tío y accedí. 
Pero podría haber ido sola también, le decía. 
Supe que íbamos a tener una mejor relación con Gerardo cuando pudiera contarle mis cosas pero siempre sabiendo él que cuento con un respaldo amoroso. 
Un amigo que acaba de llegar a Buenos Aires después de vivir un tiempo en Inglaterra. 
Es de tu edad, le gusta la música.
Es de mi edad y le gusta la música, me di cuenta que Gerardo conseguía imaginar lazos entre las personas con poco y nada. Eso me hizo pensar enseguida en Angie, su novia. Cómo sería ella? Qué cosas tendrán en común? Con cuántas cosas de ella simplemente lidia de manera adulta y amorosa? Cuánto necesita Gerardo para entregarse al amor? El amigo que quería presentarme no presentaba puntos en común conmigo a no ser por la edad y mi edad es promedio, y soy una escuchadora de música promedio también, pensaba yo. Pero confié en su ocurrencia. 
Yo había hecho unas galletitas que no saqué hasta que ya había una confianza. Porque no sabía bien quién era yo al ofrecer unas galletitas hechas por mí. Asique dejé el ofrecimiento en suspenso hasta que apareciera el instante más favorable. Prefería o bien contar con una complicidad o simplemente sacarlas dando por hecho que suelo hacer cosas ricas al horno. Esta conversación puede ir absolutamente hacia cualquier lado, puede derivar en algo desconocido por mí. Puedo ser quien quiera porque no sé quien sos y tampoco es que sepa con exactitud quien soy yo. Y aun más, no sé quien soy ni remotamente al encontrarme con un desconocido en un parque a pedido de un amigo que no soporta mi realidad actual. Dejo entonces de ser parte de esa realidad, de ese presente mío en el cual es verdad que vivo. Que si me encontrara con cualquiera por la calle y me preguntara algo le hablaría de ese presente, de qué más, haría memoria y hablaría claro de qué es lo que estoy viviendo. Pero sentándonos y abriendo yo el pañuelo que traje para ponernos en él, empiezo a dejarme llevar por mi mirada perdida en los lunares de su cara, en los cuadritos de su camisa, en las flores del pañuelo, en el barullo de los nenes que juegan cerca y en no sé que más, pero ya no sé donde estoy. Estoy en un lugar nuevo, en un tiempo distinto. Y quizás Aldo sea inspirador, me lleve de viaje con sus palabras y yo lo acompañe hasta hacerle dar un giro a su destino para invitarlo al nuevo paisaje, a la ventana que abro y le muestro que hay otra vida, otras mujeres, otra visión. Que todo lo que aguantamos hasta ahora sirvió para darnos la mano y ofrecerle al mundo otro mundo mejor que somos nosotros dos, Aldo y yo. Recién ahí lo miré un poco más detenidamente como para tener un primer panorama de su cara ya que no me había parecido hacerlo antes y me la pasaba mirando el horizonte o a algún perro. Igualmente me detuve más en las manos, era menos intimidante que mirarlo fijo a los ojos. Tenía uñas largas Aldo, como de mujer que las usa largas y bien limadas. Será por la guitarra? Pensaba, lo mencionará en algún momento? Lo de las uñas tan largas?
El me habla de la muerte de su padre, en realidad lo dice al pasar. Pero es reciente. El es joven y se quedó sin su padre. Eso me hace mirarlo con la mayor calma que de mi se pueda obtener, fluí, fluí le digo con mis ojos mientras el sigue hablándome y haciendo rebotar los suyos de un lado a otro del parque, la bombilla del mate, los patos, los nenes, yo. Saco las galletitas. El sonríe. No me pregunta si las hice yo. Estoy por decirle pero ya no importa. No le suma ningún granito de arena  a la identidad de nuestra charla. Él es para mí ahora alguien que está triste y desorientado. Todo lo que diga estará empañado, borroso, dicho con ojos colorados y mirada perdida. Pero mientras come una galletita me pregunta algo a mí con una sonrisa franca y enérgica, come enérgicamente y estira las piernas relajándolas sobre el pasto, por fuera del pañuelo. De repente tengo que hablar algo sobre mí, abandonar esa escucha a su disposición, aquí me tenés para vos y tu dolor. No, no se lo ve dolido ahora. Mastica y sonríe, disfruta de la brisa del parque que a mi ya me dio frío. La pregunta que me hace es cuál es el sueño más próximo que tengo. Qué sueño tenés? Tenés alguno?, así, que puedas decir ahora. Intimidada estaba, ahí, con el termo en la mano haciéndome transpirar súbitamente entre viento y fresco de tarde. Siniestro. No tengo sueños, le dije y sonreí como ocultándole que en realidad tenía pero no se los iba a decir. Y él sonrió también. La verdad era que no tenía una idea de qué sueño y eso que podría haber inventado alguno enseguida pero preferí esperar a ver si en el transcurso de la charla recordaba o descubría cual es mi deseo en esta vida. Y me lo sigo preguntando. 
Me preguntó si había algo en lo que me gustaría ser la mejor, Aldo sos pura vitalidad, quizás por eso nos quizo juntar Gerardo. Pero yo seguía esquivando responder esas preguntas maravillosas. No era miedo al fracaso, ese es un territorio de lo más transitado por mí por lo tanto no le temo y por eso las personas que lo evitan y le pelean a capa y espada me resultan extrañas e indescifrables. Demasiado lejanas, dudo poder llevarme bien con los exitosos, hay un agujero entre ambos demasiado complejo de desenmarañar. Creo que algo le dije de esta reflexión mientras se armaba un cigarrillo con su maquinita y las uñas llamativamente no le complicaban el proceso. 
Supongo que fue cuando llegó que supe que no iba  ser mi esposo, no porque fuera a ir mal la cosa sino porque algo me dijo, algo me dijo. Pero tenía ansias de hablar con él. Supongo que fue cuando me dijo que la gente en Argentina no aprende más a cuidar las plazas que supe que no iba  a ser mi esposo de nuevo, no porque no piense eso pero no era el comentario que me inyectara ganas de saber más acerca de su mirada del mundo. Entonces a partir de ahí empecé a tener ganas de que me escuche él a mí. No sé si eran ganas o era un instinto de supervivencia que le quería ofrecer a la situación de Aldo y yo en el parque en un día de sol. Porque después de todo era un encuentro del que podía nacer una amistad. O simplemente porque de una cosa creo estar segura y es que no hay que dejar que se eche a perder el buen humor.   
Y fue ahí que mientras me disponía a desplegar un pensamiento y dejar que él lo intervenga se me ocurrió pedirle que me arme uno de esos cigarrillos que trajo y mientras lo hace se produce un silencio y entonces tuerzo el cuello y pierdo la mirada otra vez. Los veo a los playeros en los bancos tostándose la piel sin meditarlo, erguidos y decididos a aprovechar al máximo lo que el sol tiene para ellos. Me imagino que se la arrancan de a pedazos y gritan algo al cielo, como que no se darán nunca por vencidos o algo así. Le hablan al cielo, los cielos, a la naturaleza, se empoderan y sus torsos brillan volviéndose cada vez más coloridos por los rayos y formando un escudo.  Me pregunto cómo buscarán ellos sus mitades, donde estarán si es que las tienen. Quizás al formarse su escudo solar en el pecho quedan listos para el amor, cambiaron la piel y ya pueden ir a encontrarse con alguien para amar. Una autoiniciación. Lo mismo me pregunto con los patos, y si sigo abriéndome paso con los ojos me doy cuenta que es eso lo que me pregunto con cada uno de los seres del parque. Donde estarán sus mitades, cómo las encontraron, cómo las están buscando los que no las tienen? Y entonces mientras salto con los ojos de uno a otro transeúnte me cruzo con las tres tortugas copulando, una encima de la otra, son tres. Arriba de una piedra en medio de la laguna, la gente se acerca y les saca fotos, escucho que algunos exclaman “son tres”. Esa orgía natural a Aldo le causa una gracia simpática, a mí, me habla directamente. No sé qué es lo que me dice pero algo me dice y me paro, salgo del mantel, estiro las piernas, fumo el cigarrillo, sacudo las migas de mi remera y le digo a Aldo: Me tengo que ir. Caminamos juntos hasta la calle, diciéndonos las últimas ideas que teníamos guardadas para sorprender al otro y ganarnos cariño, pero ya sin intentar activar esa potencialidad en ellas. Simplemente las enunciamos.
Nunca cocino pero hoy las hice yo a las galletitas. 
En Inglaterra me sentí solo pero feliz. 
Me parecía un buen ritual. Hacer algo con las manos para vos.
No suelto la idea de vivir viajando. Pero siempre que vuelvo hago el intento de que algo me arraigue. 
El clima y la música de Inglaterra son dos amores míos.
Un día podemos ir juntos.
Gracias.

Gracias. 

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